domingo, 22 de marzo de 2015

LECCIÓN MAGISTRAL

 Aquella mañana, cuando el profesor entró en el aula dispuesto a dar la primera clase de la asignatura “Introducción al Derecho”, lo primero que hizo fue preguntar el nombre a un alumno que estaba sentado justo en la primera fila frente a su mesa:
— ¿Cómo se llama usted?
— Me llamo Juan, señor.
¡Juan: váyase de inmediato de mi clase y no quiero que vuelva nunca más!, vociferó el profesor. Juan estaba desconcertado, pues no creía haber hecho nada para merecer tal trato y mucho menos para ser expulsado de la clase. Cuando reaccionó, se levantó torpemente, recogió sus cosas y salió.
El resto de los alumnos parecían asustados e indignados, pero nadie dijo nada.
— Está bien. ¡Ahora sí! Sigamos, dijo el profesor. ¿Para qué sirven las leyes?
Los alumnos, aún intimidados, poco a poco comenzaron a responder a las preguntas que planteaba aquel huraño maestro.
— Para que haya un orden en nuestra sociedad, contestó un alumno.
— ¡No!, replicaba el profesor
— Para cumplirlas.
— ¡No!
— Para que la gente mala pague por sus actos.
— ¡¡No y no!! ¡¿Pero es que nadie sabrá responder esta pregunta?!
— Para que haya justicia, dijo tímidamente una chica al fondo de la clase.
— ¡Ajá! ¡Por fin! ¡Eso es!… Para que haya justicia. Ahora bien, y, ¿para qué sirve la justicia?
Todos a esas alturas ya estaban francamente molestos por la actitud tan grosera y desafiante de aquel profesor, sin embargo, seguían respondiendo a su interrogatorio...
— Para salvaguardar los derechos humanos.
— Bien, ¿qué más?, pedía el maestro.
— Para discriminar lo que está bien de lo que está mal.
— ¡Sigan diciendo!
— Para premiar a quien hace el bien y castigar al que hace el mal.
— Mmmm. !Ok, todo eso que dicen no está mal; pero… respondan a esta pregunta: ¿Actué correctamente al expulsar de la clase a Juan?
La clase entera quedó callada, pues nadie se atrevía a responder.
— Quiero una respuesta decidida y, en lo posible, unánime.
— ¡¡Nooooooooooo!!, gritaron todos los alumnos a la vez.
— ¿Podría decirse que cometí una injusticia?
— ¡¡Síííííííííííííííííííí!!
— ¿Y entonces por qué nadie hizo nada al respecto? ¿Para qué queremos leyes y reglas si no disponemos de la valentía para llevarlas a la práctica y hacerlas respetar? Cada uno de ustedes tiene la obligación de actuar cuando presencia una injusticia. ¡Todos! ¡No vuelvan a quedarse callados nunca más ante un atropello o una inmoralidad!
Ahora usted, dijo el profesor mirando fijamente a quien ocupaba el asiento contiguo al del ausente Juan, vaya a buscar a Juan y pídale por favor que regrese.