domingo, 24 de mayo de 2009

EL OTRO YO

Esta semana nos ha dejado el escritor Mario Benedetti.Desde aqui quiero dedicarle un pequeño homenaje,publicando esta semana uno de sus cuentos.
Descanse en paz,maestro.

El otro yo

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la naríz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.

El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente , se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse imcómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.

Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañama siguiente se habia suicidado.

Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.

Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el proposito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas . Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando.Y pensar que parecía tan fuerte y saludable».

El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.
MARIO BENEDETTI

domingo, 17 de mayo de 2009

A TIEMPO

Cuenta la leyenda que un hombre oyó decir que la felicidad era un tesoro.

A partir de aquel instante comenzó a buscarla. Primero se aventuró por el

placer y por todo lo sensual, luego por el poder y la riqueza, después por

la fama y la gloria, y así fue recorriendo el mundo del orgullo, del saber, de

los viajes, del trabajo, del ocio y de todo cuanto estaba al alcance de su mano.

En un recodo del camino vió un letrero que decía :

" Le quedan dos meses de vida "

Aquel hombre, cansado y desgastado por los sinsabores de la vida se dijo:

" Estos dos meses los dedicaré a compartir todo lo que tengo de experiencia,

de saber y de vida con las personas que me rodean "

Y aquel buscador infatigable de la felicidad, sólo al final de sus días,

encontró que en su interior, en lo que podía compartir, en el tiempo que le

dedicaba a los demás, en la renuncia que hacía de sí mismo por servir

estaba el tesoro que tanto había deseado.

Comprendió que para ser felíz se necesita amar; aceptar la vida como

viene; disfrutar de lo pequeño y de lo grande; conocerse a sí mismo y

aceptarse así como se es; sentirse querido y valorado, pero también querer y

valorar; tener razones para vivir y esperar y también razones para morir

y descansar. Entendió que la felicidad brota en el corazón, con el rocío del

cariño, la ternura y la comprensión. Que son instantes y momentos de

plenitud y bienestar; que está unida y ligada a la forma de ver a la gente

y de relacionarse con ella; que siempre está de salida y que para tenerla

hay que gozar de paz interior. Finalmente descubrió que cada edad tiene

su propia medida de felicidad y que sólo Dios es la fuente suprema de la

alegría, por ser EL: amor, bondad, reconciliación, perdón y donación total.

Y en su mente recordó aquella sentencia que dice:

" Cuánto gozamos con lo poco que tenemos y cuanto

sufrimos por lo mucho que anhelamos "

domingo, 10 de mayo de 2009

PAPA OLVIDA



Era una mañana como cualquier otra. Yo, como siempre, me hallaba de mal humor. Te regañé porque te estabas tardando demasiado en desayunar; te grité porque no parabas de jugar con los cubiertos y te reprendí porque masticabas con la boca abierta. Comenzaste a refunfuñar y entonces derramaste la leche sobre tu ropa. Furioso, te levante de los cabellos y te empujé violentamente para que fueses a cambiarte de inmediato.
Camino a la escuela no hablaste. Sentado en el asiento del coche llevabas la mirada perdida. Te despediste de mí tímidamente y yo sólo te advertí que no hicieras travesuras.
Por la tarde, cuando regresé a casa después de un día de mucho trabajo, te encontré jugando en el jardín. Llevabas puesto unos pantalones nuevos y estabas sucio y mojado. Frente a tus amiguitos te dije que debías cuidar la ropa y los zapatos, que parecía no interesarte mucho el sacrificio de tus padres para vestirte, te hice entrar a la casa para que te cambiaras de ropa y mientras marchabas delante de mí te indiqué que caminaras erguido. Mas tarde continuaste haciendo ruido y corriendo por toda la casa. A la hora de cenar arrojé la servilleta sobre la mesa y me puse de pie furioso porque tú no parabas de jugar. Dije que no soportaba más ese escándalo y subí a mi estudio.
Al poco rato mi ira comenzó a apagarse. Me di cuenta de que había exagerado mi postura y tuve el deseo de bajar para darte una caricia, pero no pude.
¿ Cómo podía un padre, depues de hacer su teatro de indignación, mostrarse tan sumiso y arrepentido? Luego escuché unos golpecitos en la puerta.

" Adelante" - dije, adivinando que eras tú.
Abriste muy despacio y te detuviste indeciso en el umbral de la
habitación.
Me volví con seriedad hacia ti.
"Ya te vas a dormir? Vienes a despedirte?
No contestaste. Caminaste lentamente, con tus pequeños pasitos y sin que me lo esperara, aceleraste tu andar para echarte en mis brazos cariñosamente.
Te abracé y con un nudo en la garganta percibí la ligereza de tu delgado cuerpecito. Tus manitas rodearon fuertemente mi cuello y me diste un beso suave en la mejilla. Sentí que mi alma se quebrantaba. "Hasta mañana, papito" - me dijiste.
Me quedé helado en mi silla.
¿Qué es lo que estaba haciendo? ¿Por qué me desesperaba tan fácilmente?
Me había acostumbrado a tratarte como a una persona adulta, a exigirte como si fueses igual a mí y ciertamente no eras igual. Tú tenías una calidad humana de la que yo carecía; eras legítimo, puro, bueno y sobre todo, sabías demostrar amor...¿Porqué me costaba a mí tanto trabajo? ¿Por qué tenía el hábito de estar

siempre enojado? ¿Qué es lo que me estaba ocurriendo? Yo
también fui niño.
¿Cuándo fue que comencé a contaminarme?
Después de un rato entré a tu habitación y encendí la luz con sigilo. Dormías profundamente. Tu hermoso rostro estaba ruborizado, tu boca entreabierta, tu frente húmeda, tu aspecto indefenso como el de un bebé...
Me incliné para rozar con mis labios tus mejillas, respiré tu aroma limpio y dulce. No pude contener la congoja y cerré los ojos. Una de mis lágrimas cayó en tu piel. No te inmutaste. Me puse de rodillas y te pedí perdón en silencio. Es tan difícil aprende a dominarse, a comprender la pureza de nuestros hijos.
Somos los adultos quienes los hacemos temerosos, rencorosos, violentos...
Te cubrí cuidadosamente con las cobijas y salí de la habitación.
Si Dios me da otra oportunidad y te permite vivir, algún día. cuando leas esta carta. sabrás que a veces nuestros padres no son perfectos. Pero sobre todo, ojalá que siempre te des cuenta que, pese a todos sus errores, ellos te
aman más que a su propia vida.

ANÓNIMO