domingo, 25 de mayo de 2008

EL CIELO Y EL INFIERNO

Cierto día, un gran sabio religioso le pidió a Dios que le permitiera ver como era el Cielo y el Infierno para compartir su experiencia con los demás hombres.

El sabio de inmediato se sumergió en sueños y mediante el poder de Dios su alma viajó a los diferentes destinos.

Dios decidió mostrarle primero el infierno. Era una gran mansión, cuya única habitación era un largo e infinito comedor. El comedor era tan amplio como una autopista y al frente de cada comensal estaban servidos los mejores y más variados platillos y manjares existentes. El sabio observó detenidamente sus caras y notó que estaban enfermos, y que tenían hambre ya que sus cubiertos eran tan largos como remos, y por más que intentaran estirar sus brazos no alcanzaban a alimentarse.

El sabio simplemente observó detenidamente y en silencio. Imaginaba que el cielo sería totalmente diferente.

Después de observar unos segundos más, Dios decidió mostrarle al sabio el Cielo. El sabio comenzó a mover sus manos mientras ascendía en ese lento trance.

Cual sería el asombro de ver la misma mansión, y entrar en ella. La única habitación era un gran comedor con las mismas dimensiones y características del infierno. Estaba servida con los mismos platillos ostentosos... Sabía que algo diferente tenía que ocurrir.

Observó que los comensales, a pesar de tener cucharas tan largas como remos se veían saludables, llenos de vigor y felices.. Él sabio se preguntó a sí mismo: ¿Pero cómo están tan felices si ellos por si mismos no pueden aliment..... ?...Ahhhh, es eso. Y observó que cada comensal alimentaba al que estaba en frente.

ANONIMO

domingo, 18 de mayo de 2008

EL ERMITAÑO

Se cuenta lo siguiente de un viejo anacoreta o ermitaño, es decir, una de esas personas que por amor a Dios se refugian en la soledad del desierto, del bosque o de las montañas para solamente dedicarse a la oración y a la penitencia.

Se quejaba muchas veces que tenía demasiado quehacer.

La gente preguntó cómo era eso de que en la soledad estuviera con tanto trabajo.

Les contestó:

"Tengo que domar a dos halcones,

entrenar a dos águilas,

mantener quietos a dos conejos,

vigilar una serpiente,

cargar un asno y

someter a un león".

No vemos ningún animal cerca de la cueva donde vives.

¿Dónde están todos estos animales?

Entonces el ermitaño dio una explicación que todos comprendieron.

Porque estos animales los tienen todos los hombres, ustedes también.

Los dos halcones, se lanzan sobre todo lo que se les presenta, bueno y malo.

Tengo que domarlos para que sólo se lanzan sobre una presa buena,

son mis ojos.

Las dos águilas con sus garras hieren y destrozan.

Tengo que entrenarlas para que sólo se pongan al servicio y ayuden sin herir,

son mis dos manos.

Y los conejos quieren ir adonde les plazca, huir de los demás y esquivar las cosas difíciles.

Tengo que enseñarles a estar quietos aunque haya un sufrimiento, un problema o cualquier cosa que no me gusta,

son mis dos pies.

Lo más difícil es vigilar la serpiente aunque se encuentra encerrada en una jaula de 32 varillas.

Siempre está lista por morder y envenenar a los que la rodean apenas se abre la jaula, si no la vigilo de cerca, hace daño,

es mi lengua.

El burro es muy obstinado, no quiere cumplir con su deber.

Pretende estar cansado y no quiere llevar su carga de cada día,

es mi cuerpo.

Finalmente necesito domar al león, quiere ser el rey, quiere ser siempre el primero, es vanidoso y orgulloso,

es mi corazón

sábado, 10 de mayo de 2008

LA ROSA Y EL SAPO

Había una vez una rosa roja muy hermosa y bella. Que maravilla al saber que era la rosa mas bella del jardín.
Sin embargo, se daba cuenta de que la gente la veía de lejos.

Un día se dio cuenta de que al lado de ella siempre había un sapo grande y oscuro y que era por eso que
nadie se acercaba a verla de cerca. Indignada ante lo descubierto le ordeno al sapo que se fuera de
inmediato; el sapo muy obediente dijo:
Esta bien, si así lo quieres.

Poco tiempo después el sapo paso por donde estaba la rosa y se sorprendió al ver la rosa totalmente
marchita, sin hojas y sin pétalos.

Le dijo entonces:
Vaya que te ves muy mal. ¿Que te paso?

La rosa contesto:
Es que desde que te fuiste las hormigas me han comido día a día, y nunca pude volver a ser igual.

El sapo solo contesto:
Pues claro, cuando yo estaba aquí me comía a esas hormigas y por eso siempre eras la mas bella del jardín

domingo, 4 de mayo de 2008

LA VERDAD

LA VERDAD...

El rey había entrado en un estado de honda reflexión durante los últimos días. Estaba pensativo y ausente. Se hacía muchas preguntas, entre otras por qué los seres humanos no eran mejores. Sin poder resolver este último interrogante, pidió que trajeran a su presencia a un ermitaño que moraba en un bosque cercano y que llevaba años dedicado a la meditación, habiendo cobrado fama de sabio y ecuánime.
Sólo porque se lo exigieron, el eremita abandonó la inmensa paz del bosque.
--Señor, ¿qué deseas de mí? -preguntó ante el meditabundo monarca.
--He oído hablar mucho de ti -dijo el rey-. Sé que apenas hablas, que no gustas de honores ni placeres, que no haces diferencia entre un trozo de oro y uno de arcilla, pero todos dicen que eres un sabio.
--La gente dice, señor -repuso indiferente el ermitaño.
--A propósito de la gente quiero preguntarte -dijo el monarca-. ¿Cómo lograr que la gente sea mejor?
--Puedo decirte, señor -repuso el ermitaño-, que las leyes por sí mismas no bastan, en absoluto, para hacer mejor a la gente. El ser humano tiene que cultivar ciertas actitudes y practicar ciertos métodos para alcanzar la verdad de orden superior y la clara comprensión. Esa verdad de orden superior tiene, desde luego, muy poco que ver con la verdad ordinaria.
El rey se quedó dubitativo. Luego reaccionó para replicar:
--De lo que no hay duda, ermitaño, es de que yo, al menos, puedo lograr que la gente diga la verdad; al menos puedo conseguir que sean veraces.
El eremita sonrió levemente, pero nada dijo. Guardó un noble silencio.
El rey decidió establecer un patíbulo en el puente que servía de acceso a la ciudad. Un escuadrón a las órdenes de un capitán revisaba a todo aquel que entraba a la ciudad. Se hizo público lo siguiente: "Toda persona que quiera entrar en la ciudad será previamente interrogada. Si dice la verdad, podrá entrar. Si miente, será conducida al patíbulo y ahorcada".

Amanecía. El ermitaño, tras meditar toda la noche, se puso en marcha hacia la ciudad. Su amado bosque quedaba a sus espaldas. Caminaba con lentitud. Avanzó hacia el puente. El capitán se interpuso en su camino y le preguntó:
--¿Adónde vas?
--Voy camino de la horca para que podáis ahorcarme -repuso sereno el eremita.
El capitán aseveró:
--No lo creo.
--Pues bien, capitán, si he mentido, ahórcame.
--Pero si te ahorcamos por haber mentido -repuso el capitán-, habremos convertido en cierto lo que has dicho y, en ese caso, no te habremos ahorcado por mentir, sino por decir la verdad.
--Así es -afirmó el ermitaño-.

Ahora usted sabe lo que es la verdad... ¡Su verdad!